Un relfejo en el espejo

   No, no digas nada. Sólo escucha. Sólo atiende por una vez lo que tengo que decir. Luego haz lo que quieras.
   No, no estoy en tu contra. Aquí no existen “contras”, ni vencedores ni vencidos; no es lo uno o lo otro, yo te hablo de integración.
    Hemos pasado la vida creyendo en quimeras, y en dragones, y en serpientes, y en monstruos que acechan ahí fuera que son capaces de hacernos daño.
   Y no, no pueden. Nadie externo a ti puede hacerte daño. Es solo en función de cómo percibimos las cosas la medida exacta en la que nos hacemos daño, pero es un proceso interno, pues las cosas no son en sí importantes, sino que son importantes porque nosotros le damos importancia. Nadie te puede amargar la vida, nadie te puede atacar, nadie te puede hacer sentir mal, porque el Mal no existe, es solo una creencia para los cuentos, para escritores como nosotros, y todas las creencias limitan nuestra mente.
   Piensa como quieras. Júzgame, desacredítame, vísteme de críticas viscerales alegando las evidencias de un supuesto mundo cruel; pero el Bien y el Mal no son reales. Lo sé. Son solo creencias religiosas que van más allá de las influencias del cristianismo, el islamismo o el judaísmo; fue el zoroastrismo del antiguo pueblo persa el que influyó a estas tres grandes ramas, en donde Zoroastro era el hijo del Bien del dios Ahura Mazda y Ahriman era el hijo del Mal; eran Dios y el Diablo, era el principio de la creencia en lo bueno y lo malo que ha llegado hasta nosotros. Es solo una elección, una forma de vivir. Y yo no quiero participar más de ella, no; para mí no existen cosas buenas ni malas, solo hay experiencias. No te pido que me des la razón. Aquí la razón no tiene cabida.
    Y sí, así es: en juzgar a alguien está implícita esa creencia, implica una emoción conflictiva interna en base a una conducta que previamente condenamos por pensar que es “mala”, implica una proyección sutil de nosotros mismos sobre los demás, implica hacerte daño. A ti, solo a ti, pues a nadie más puedes hacer daño.
   No, no te pido que me creas. Te pido que calles, que escuches, y que atiendas a lo que tengo que decir. Por una vez.
   Basta ya.
   Basta de pensar que lo que sucede en nuestra vida no tiene nada que ver con nosotros, de pensar que somos presa de la mala suerte, de la casualidad. Basta de física newtoniana determinista en la que yo no tengo nada que ver con aquello que estoy viviendo. Basta. Ha llegado la hora de tomar una decisión. La decisión de si, por un lado, quieres seguir siendo víctima de tus circunstancias y buscar el culpable fuera de ti, pensando quizás que el vecino es un gilipollas, que la tía esa es una guarra, que mi amigo es un egoísta o que los banqueros y los políticos tienen la culpa de tu mierda de vida, o, por el contrario, de si quieres empezar a ser adulto, y darte cuenta de que en la vida que vives no hay nada, NADA, que no tenga que ver con tus pensamientos, con tus emociones, con tus creencias. Con las tuyas. Las de nadie más.
    Sí, por supuesto que refrendaré lo dicho, ya que eres mi parte racional: Newton ha muerto. Dejémosle ir de una vez. La física cuántica lo asesinó, ya es una realidad. En esta parte de la física de lo infinitamente más pequeño hemos observado que es la conciencia la que modifica la materia, y no al contrario. Y menos mal. Por fin alguien resucita al idealista Immanuel Kant y a su “sujeto” creador del “objeto”. Así es: el científico Robert Lanza, el más destacado de nuestra era, ya habla en su libro “Biocentrismo” de que existe una consciencia universal, el campo punto cero, aquello que David Bohm llamaba “orden implicado”: ese orden es el campo de las infinitas posibilidades manifestado en ondas de interferencia, y está ahí, en todas partes y en ninguna a la vez, esperando a que un observador, un sujeto, un ser, tome una decisión y haga con su conciencia una realidad colapsando la información. Sí: el “orden explicado”.
   Exacto: consciencia es el universo en su infinitud de posibilidades; conciencia soy yo manifestando una posibilidad: mi realidad. ¿Crees que no influyen tus creencias en ese colapso de información?, ¿crees, en tu soberbia, que tus forma de ver el mundo no condiciona la realidad que vives?, ¿crees, pobre inocente, que si piensas que este es un mundo muy difícil vivirás en un mundo fácil?
   No, claro que no. No será un mundo fácil si crees en el sufrimiento, si crees en que la causa de mis males la tienen siempre los demás y yo no tengo nada que ver, y aquí se regocijará Newton en su tumba, y musitará un montón de justificaciones. Y voy a decirte un secreto: si buscas justificaciones a tus creencias, las encontrarás. Pues es tu elección y será de lo más real, y seguirás mirando sombras en la pared encadenado en la caverna de Platón. Y yo estaré de acuerdo con tu elección.
   Duele, ¿verdad?
   No, no quiero escuchar tus penas, sinceramente, porque si las escuchara, y te diese una palmadita en la espalda y te dijese: “pobrecito” estaría reforzando esa realidad, esa creencia en el sufrimiento. Esa es tu elección, no la mía.
    Tienes miedo. Miedo al qué dirán, al cómo se lo tomarán, a qué pensarán tus amigos, tus conocidos, tus familiares, a lo que te pueda pasar en la calle, en la vida, miedo a la carretera, al trabajo, al encargado, al jefe. Te diré otro secreto: ninguno de ellos puede hacerte el más mínimo daño. Pero sí que puedes hacértelo tú a través de lo que percibes de ellos en base a tus miedos. Tu conciencia vive en el estrés por ello y eso se somatiza en tu cuerpo, y se activan los mecanismos de supervivencia. Eso producen diversos efectos si ello se convierte en algo constante: ese sistema vegetativo simpático de nuestro estrés, sostenido en el tiempo, segrega un neurotransmisor en tu cerebro llamada glutamato que, literalmente mata tus neuronas, y además, segrega una hormona en la sangre llamada cortisol que atonta al inquebrantable sistema inmunológico humano; y tus glóbulos blancos, y tus glóbulos rojos, y tus linfocitos y tus polimorfonucleares se vuelven torpes e incapaces de luchar contra bacterias, virus y células tumorales.
    ¿Todavía piensas que algo externo a ti puede hacerte daño?, ¿Todavía quieres seguir jugando a juzgar a los demás?
    Toma tu decisión, mi querido ego. Somos tú y yo, solos, reflejados en el espejo. ¿Vivir en la ilusión, o ver el mundo tal y como es, libre de creencias, libre de limitaciones, libre de juicios?
   Yo ya he elegido: “gnó̱thi seaftón”, conócete a ti mismo.
  ¿Qué has elegido tú?
  

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