Ganar para perder
Mientras, con sibilantes artes oscuras, son tentados tus sentidos por una amplia gama de posibilidades de juego, con luces y colores rutilantes y promesas de un éxito en verdad inalcanzable, la probabilidad de ganar se aleja y te es negada de antemano, despojado de ella como a un cachorro de su madre. Todo es en vano, chico.
No puedes ganar.
Y sin poder ganar, mas creyendo poder hacerlo quedas atrapado en un baile incesante de miles de ceros tras un cero coma comandando, enhiesto, a sus huestes.
Anuncios, famosos, sonrisas, impulsos eléctricos en tu cerebro; dinero. Vanas promesas de un éxito a largo plazo altamente improbable, preso de la diosa aleatoriedad.
Y cuando el corto plazo te dé miseria de mamar, alimentando la creencia, percepción errónea, en la facilidad y la posibilidad del acceso a la riqueza, entonces estarás dentro. Dentro del laberinto, con tu cerebro adicto.
Al final, la máquina evolucionó a un chisme portátil con portátiles dosis de una droga invisible. Y se convirtió en adicta; adicta a las apuestas para las que los seres humanos fueron desde entonces, y en adelante, su moneda y su mercancía.
La máquina siempre gana con sus apuestas. Y tras ella hay otros que ganan, mas ni si quiera apuestan, pero venden cómo hacerlo con más promesas vanas, o quizá medien entre la suculenta víctima y la apuesta. Apremia la Ilusión de control sobre eventos aleatorios o sobre resultados objetivamente incontrolables, impera la sin razón; la impredecibilidad inherente a los eventos de juego cae por el peso de una siempre inadecuada información. Apuesta.
Apuesta.
La ansiedad te crece, a veces. En ese instante ínfimo previo al final, antes de perder o ganar. Ganar, si tienes mala suerte, te atrapa progresivamente en el futuro y te despoja del presente; la apuesta, si ganas, se volverá contra ti, se tornará consecutiva y compulsiva, con el tiempo.
Laberinto en tu mente.
¿Podrás parar? ¿Podrías parar? ¿Podrías, si quisieras, poner fin frente a la ansiedad previa que te empuja a apostar de nuevo otro poco, o muy poco, que se hace mucho sin avisar?
Mientras la mano se hace hábil y automática la mente se vuelve adicta, ¿podrás parar?, ¿querrás parar?
Mano, moneda y mente, unidas por impulsos eléctricos subyacentes.
Las apuestas y su accesibilidad crecen y se expanden, y crece la creencia en la posibilidad, y crecen los ejemplos de gente fulgurante apostando exitosamente. Pero detrás no hay nada más que publicidad y otra gente que gana sin siquiera apostar. Tras la mano, la moneda y el tiquet, tras la aplicación y la cuenta bancaria no hay nada más que la consecución victoriosa de una ciencia de la adicción y la ganancia, a costa de ti. Apuesta. Apuesta, si quieres, para jugar. Pero asúmelo.
No puedes ganar.
No puedes ganar.
Y sin poder ganar, mas creyendo poder hacerlo quedas atrapado en un baile incesante de miles de ceros tras un cero coma comandando, enhiesto, a sus huestes.
Anuncios, famosos, sonrisas, impulsos eléctricos en tu cerebro; dinero. Vanas promesas de un éxito a largo plazo altamente improbable, preso de la diosa aleatoriedad.
Y cuando el corto plazo te dé miseria de mamar, alimentando la creencia, percepción errónea, en la facilidad y la posibilidad del acceso a la riqueza, entonces estarás dentro. Dentro del laberinto, con tu cerebro adicto.
Al final, la máquina evolucionó a un chisme portátil con portátiles dosis de una droga invisible. Y se convirtió en adicta; adicta a las apuestas para las que los seres humanos fueron desde entonces, y en adelante, su moneda y su mercancía.
La máquina siempre gana con sus apuestas. Y tras ella hay otros que ganan, mas ni si quiera apuestan, pero venden cómo hacerlo con más promesas vanas, o quizá medien entre la suculenta víctima y la apuesta. Apremia la Ilusión de control sobre eventos aleatorios o sobre resultados objetivamente incontrolables, impera la sin razón; la impredecibilidad inherente a los eventos de juego cae por el peso de una siempre inadecuada información. Apuesta.
Apuesta.
La ansiedad te crece, a veces. En ese instante ínfimo previo al final, antes de perder o ganar. Ganar, si tienes mala suerte, te atrapa progresivamente en el futuro y te despoja del presente; la apuesta, si ganas, se volverá contra ti, se tornará consecutiva y compulsiva, con el tiempo.
Laberinto en tu mente.
¿Podrás parar? ¿Podrías parar? ¿Podrías, si quisieras, poner fin frente a la ansiedad previa que te empuja a apostar de nuevo otro poco, o muy poco, que se hace mucho sin avisar?
Mientras la mano se hace hábil y automática la mente se vuelve adicta, ¿podrás parar?, ¿querrás parar?
Mano, moneda y mente, unidas por impulsos eléctricos subyacentes.
Las apuestas y su accesibilidad crecen y se expanden, y crece la creencia en la posibilidad, y crecen los ejemplos de gente fulgurante apostando exitosamente. Pero detrás no hay nada más que publicidad y otra gente que gana sin siquiera apostar. Tras la mano, la moneda y el tiquet, tras la aplicación y la cuenta bancaria no hay nada más que la consecución victoriosa de una ciencia de la adicción y la ganancia, a costa de ti. Apuesta. Apuesta, si quieres, para jugar. Pero asúmelo.
No puedes ganar.