La leyenda de los 3 conejos

Nuestro Bosque De Tinta: La leyenda de los 3 conejos

   —Cuenta la leyenda que si parpadeas tres veces mirando a la luna llena del tercer mes aparecerá en tu camino el primero de los tres conejos: el conejo rosado, el conejo de la niñez —le dijo al joven e incauto viajero.
   —No he oído hablar de esa leyenda en mi vida.
   —Si tu infancia ha sido plena y rutilante —continuó sin prestar atención a su reproche —sencillamente, se irá. Pero si fue triste y desdichada el conejo te seguirá hasta tu casa para ver en qué clase de muchacho te has convertido, y darte suerte en días venideros.
   —¿Y los otros?
   —¿Qué otros?
   —Los otros conejos.
   Cuando el joven viajero volvió su mirada al encapuchado, este había desaparecido.
   Más tarde, un viajero adulto apareció por la encrucijada, y un encapuchado le abordó, apareciendo de la nada.
   —Cuenta la leyenda —el viajero dio un respingo, con una mezcla de sorpresa y miedo —que si parpadeas tres veces mirando a la luna llena del tercer mes, al alcanzar la edad adulta, aparecerá en tu camino el segundo de los tres conejos: el conejo verde, el conejo de la madurez.
   —No entiendo, ¿quién eres?
   —Si tu vida adulta es abundante y agraciada, el conejo sencillamente, se irá, pero si es una vida desgraciada y llena de tropiezos el conejo te seguirá hasta tu casa para ver en qué clase de hombre te has convertido, para darte suerte en los días venideros.
   Cuando el hombre se volvió extrañado, el encapuchado había desaparecido sin dejar rastro.
   Un tanto después, un anciano viajero que caminaba lentamente, apareció por la encrucijada y parpadeó tres veces ante la imponente luna llena.
   —Cuenta la…
   —Hace mucho tiempo —interrumpió el viejo hombre al encapuchado que apareció de súbito de la nada —que tus compañeros se marcharon. Creo que tú no me dejarás.
   El encapuchado dudó, sorprendido de su reacción.
   —Eres el tercer conejo —continuó el anciano, sin inmutarse —, el conejo negro, el conejo de la vejez. Hace muchos años encontré al primero, al conejo rosado de la infancia, y sé que me siguió, pues no tuve una infancia feliz, pero aquel día todo cambió, y conocí la felicidad. Por un tiempo. Años más tarde conocí al segundo conejo, al conejo verde de la vida adulta, y sé que me siguió pues volvía a sentirme deprimido, y de nuevo, mi vida cambió para mejor. Fui feliz, otra vez, y otra vez mi estado de ánimo se truncó. Pero intuía que aún debía encontrarme con el último de los conejos de la leyenda, y al fin te encuentro. Ahora me siento desdichado otra vez.
   El encapuchado movió su rostro, oculto de la luz.
   —Todavía no te he contado el final de la leyenda —exhortó sin esmero —. Así es como esta concluye. Escucha con atención: al pestañear tres veces a la tercera luna, una vez alcanzada la vejez, aparecerá el conejo negro. Y heme aquí. Pero no soy el conejo de la vejez, soy el conejo de la muerte. He venido a cobrar lo que los otros dos te otorgaron: una deuda para conmigo.
   —¿Qué deuda?
   —La felicidad a cambio de tu vida. Mis congéneres te dieron el impulso que necesitabas. Pero siento decir que te sirvió de poco. Ahora debes venir conmigo.
   El anciano comprendió. Agachó la mirada, y se preparó para marcharse.
   Para siempre.

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