—En lo más profundo de tus abismos habita un monstruo… sombrío —le dice —. Su historia ha sido, y también su futuro puede ser, breve, fugaz. ¿Te atreves a pronunciar su nombre?
Pero no puede, pues si se asoma brevemente a mirar cree morir sin remedio en el fondo, en lo más profundo de sus abismos, en un desfiladero oculto de los confines de su propio mar. Siente miedo.
Y siente que crece.
Crece impetuosamente y no lo consigue frenar —y lo intenta pero, por cuanto ha pretendido hasta ahora, solo ha conseguido, su poder y ferocidad, incrementar. ¿Cuál es su nombre?, se pregunta.
Nadie lo puede pronunciar pues todo el mundo le teme.
Todo se lo come y por eso crece y crece. ¿Alguien lo podrá, algún día, parar? ¿Cuál es tu nombre?
—¡Pronúncialo!, y podrás escapar. Lejos —le dice —, muy lejos de ti…
—Yo soy… —musita el monstruo con desdén, y se hace de pronto un silencio estremecedor, y ni sus tripas se atreven a sonar; un silencio pesado, oneroso, asfixiante, y tras ese ínfimo instante, la criatura desprende a trozos los muros de coral que le impedían hasta entonces, crecer más y más —soy quien de tus pensamientos se nutre, mas nunca me puedo saciar —y como un torrente, crece en intensidad —. Necesito crecer o moriré, ¡necesito comer o no existiré! Soy quien te energiza y debilita, quien te inmoviliza y domina, quien te sostiene y atrapa. Tus pensamientos y tu conducta, tu autoestima ahora son mías. Yo soy tu miedo, soy tu pesadilla… —musita, y sus tentáculos y sus trémulos dedos ondeantes avanzan sinuosos por entre la bruma y la conciencia, por entre el mar de los pensamientos y la sinrazón.
—¡Pronúnciate!
—Yo soy… —dice lentamente, de súbito inmóvil, y su voz se hace omnipresente, sin boca ni labios, sin garganta ni lengua.
Sin voz.
Solo la vasta presencia, la inmensidad tomando forma.
En su interior.
—Soy… —repite desde el abismo —Ansiedad.