Aquí dejo un microrrelato que tenía olvidado en un rincón. He disfrutado releyéndolo puesto que he recordado escenas vividas cargadas de sentimiento, tácitas, sin embargo, que realmente uno llega a evocar algún día. Aquí está:
Cuanto más se acercaba a ella más apreciaba el almizcle de su aroma, más se dejaba embelesar por la magia del perfume en su piel.
Fue un instante detenido en una especie de bucle cerrado, de tiempo indeterminado, una vorágine de sentimientos como destellos de agua plateada. Por eso, con cada paso de él hacia ella por la calzada junto a los escaparates, junto a sus latidos desbocados, taconazos sobre el suelo. Una mirada gélida de ella, de ojos ámbar moteados, tan grotescos y seductores a su paso; una mirada avellanada, cauta, torpe y excitada de él.
Cuando se cruzaron frente a la cristalera de la librería no dejaron de mirarse. No sintieron los amores ancestrales que escondían los libros que les miraban anhelantes, no sentían el afán de cientos de historias imposibles, intrincados los amores entre batallas, tabernas, barcos, prados o jardines de flores. No fueron conscientes de que todas aquellas historias posibles e imposibles atrapadas en los libros contuvieron un instante el aliento, preocupadas por que aquella pasión mutua se perdiese en la nada.
Sin embargo, con aquel cruce de miradas, solo hubo vacío incierto pues, tan mágico momento, como humo se esfumaba secundado de tacones y resuello apresurado, de ademán detenido anegado en la garganta preso del miedo.
Solo quedó aquella mirada para ellos pues, en aquella calle ornamentada de jovenes arces y álamos viejos, el amor cruzó a vela en un mar de deseo que se perdía en la lejanía, alejandose con taconeo sensual y mirada fría, desapareciendo de sus vidas el destello del amor verdadero: el efímero e incierto.
Gracias.
Fue un instante detenido en una especie de bucle cerrado, de tiempo indeterminado, una vorágine de sentimientos como destellos de agua plateada. Por eso, con cada paso de él hacia ella por la calzada junto a los escaparates, junto a sus latidos desbocados, taconazos sobre el suelo. Una mirada gélida de ella, de ojos ámbar moteados, tan grotescos y seductores a su paso; una mirada avellanada, cauta, torpe y excitada de él.
Cuando se cruzaron frente a la cristalera de la librería no dejaron de mirarse. No sintieron los amores ancestrales que escondían los libros que les miraban anhelantes, no sentían el afán de cientos de historias imposibles, intrincados los amores entre batallas, tabernas, barcos, prados o jardines de flores. No fueron conscientes de que todas aquellas historias posibles e imposibles atrapadas en los libros contuvieron un instante el aliento, preocupadas por que aquella pasión mutua se perdiese en la nada.
Sin embargo, con aquel cruce de miradas, solo hubo vacío incierto pues, tan mágico momento, como humo se esfumaba secundado de tacones y resuello apresurado, de ademán detenido anegado en la garganta preso del miedo.
Solo quedó aquella mirada para ellos pues, en aquella calle ornamentada de jovenes arces y álamos viejos, el amor cruzó a vela en un mar de deseo que se perdía en la lejanía, alejandose con taconeo sensual y mirada fría, desapareciendo de sus vidas el destello del amor verdadero: el efímero e incierto.
Gracias.