Este es mi artículo para la revista de la Asociación de Estudios Monoveros.

Sigue trabajando hasta tan tarde. Nada ha cambiado. El traqueteo cadencioso aún murmura en la salita vacía sin que nadie lo escuche. Sólo la ventana abierta lo oye, sólo un pueblo que calla ensordecido por los fuegos artificiales, embebido de su propia vanidad.
Debe entregar la partida por la mañana. No importa que sea domingo, que sus hombros contusos sin asegurar griten «basta» o que el vacío que experimenta tras las horas pasadas la atormente, pues se debe a su máquina de la que forma parte, a la que odia y ama, que la encadena de rodillas a un futuro incierto, del que no se puede salir.
No se puede, dicen.
Este es sin duda el final de un cuento que es de la serpiente su cola; el principio es su testera que muerde a su vez su extremo más estrecho para que nunca cese esta historia y pueda seguir creando beneficio al domador de serpientes, que sonríe, enhiesto, desde su sitial.
Al final, la aparadora se había dado cuenta de que tan pronto emergían ideas irreverentes en su mente que clamasen por levantarse contra la esclavitud moderna y el desprecio a la libertad, doloridos los dedos y la espalda, surgían otras tantas razones para mantenerse sentada, trabajando por casi nada, esclava, como otros, de su propio sistema local. Se había dado cuenta de que nada iba a cambiar por mucho que se alterase o se desbordasen sus nervios, y había aceptado, como la mayoría, su mala suerte por partida doble, o triple, atada por el orden establecido a una doble o a una triple explotación: por un lado, la que la dejaba en el bando proletario explotado, sometido a las vejaciones que iban de la mano de una época con exceso de mano de obra y escasez de empleo; por otro, ligado al primero, el que la dejaba en el lado más vulnerable en el cobro de salarios por una cuestión de sexo y del orden patriarcal establecido, siendo explotada dentro de la explotación; y por último, el que la categorizaba en el rol más esclavo en el hogar, lavando, ordenando, cocinando y fregando sin remuneración, siendo su jornada laboral total de más de quince horas al día, explotada de los explotados dentro de la explotación, flor que se iba a dejar marchitar en un hueco entre sombras, donde, pese a todo, podría torpemente encontrar su propio espacio para la felicidad.
¿Dónde está el final de esta larga cola? El final está fuera del alcance, donde los domadores ganan 400 por cada 4 espinas de su alma, por cada 4 onzas de su ser, por cada 4 momentos sin sus hijos, por nada, y ella se seca y florece de espinas, y se apaga. ¿Dónde está el final de esta larga cola?
Ella sigue trabajando hasta tan tarde pues la serpiente seguirá mordiendo su cola. Tiene que acabar la partida, que es, sin duda, su vida mercantilizada, para entregarla por la mañana a quien de aparadoras se alimenta y enriquece. Tiene que seguir trabajando en su máquina de sueños rotos para que, por la mañana, empiece de nuevo este triste cuento para ir a dormir. Nada ha cambiado, entonces, pues el olvido no es un cambio.
Echo de menos tu sonrisa mientras coses, mientras cortas con tus tijeras largas y golpeas con tu martillo desgastado. Echo de menos tu sonrisa mientras de tus dedos te quitas sendas bolas de cola tierna, echo de menos el orgullo por hacer bien tu faena, mi apreciada aparadora del alma. Echo de menos tu felicidad.
Y mientras tanto la vida sigue. Y nada cambia.
Nada.