Estás cansada. Lo sé.
Cansada de ese deslucido taller sórdido al que toca volver a coser, mi querida cosedora del cordobán, mi apreciada aparadora del alma.
Los ojos de los ancestros de Monóvar están en ti, ahora y siempre, observando tu coser mecanizado, tu mirada macilenta pegada a la máquina, tu desasosiego frente al sometimiento de este sector esclavista consentido, ilícito y normalizado por el inconsciente colectivo de este pueblo. Esos ancestros están contigo entre el traqueteo de las máquinas y el golpeteo de los martillos, y sonríen cuando tú sonríes, y se llenan de felicidad cuando te apasionas por tu trabajo. Pero hace tiempo que no sonríen ni se emocionan ni conectan contigo ni sienten paz. Hace tiempo que lloran, ensombrecidos por las conflictivas emociones que hay en ti. “¿Por qué aguantas esto?” Se preguntan entre sollozos sin comprender, embotados, quizás, por los perniciosos gases de la cola emanando por doquier; ¿Por qué?
Tu inconsciente poderoso es capaz de comprender más allá del entendimiento humano, y sabe, porque lo sabe, que 40 pesetas por cada par (sí, pesetas) no es estipendio digno, ni representativo del valor de tu tiempo, de tus mágicas manos que se deslucen por el tiempo a cambio de nada, un nada cada vez más espeso y patente que viaja con el paso de los años convirtiéndose en frustración.
¿Y para qué?
No seré yo quien juzgue a tu jefe, querida mía, pues no hay culpables para esto, ni tampoco al sistema de trabajo capitalista ni a la Democracia Liberal ni a la Libertad de Mercado, pero si existe un solo taller de aparado ilegal en Monóvar, o en cualquier otro sitio, que se lucra de tus necesidades sin tener que pagar, como otros comerciantes, los debidos impuestos y tributos al Ayuntamiento, y si todos esos ingresos son beneficios íntegros a costa de pagarte tan poco, librándose de imposiciones de seguridad laboral, Sanidad, Hacienda, licencias; y si las ventas son relativamente constantes según qué temporadas, y si este jefe tiene unas ganancias relativamente estables teniendo en cuenta la deflación, entonces la variable que controla el precio de tu sueldo, en una escala nominal, eres tú, sólo tú, porque sólo tú tienes el poder de decidir si coser, o no coser; tú y todas esas aparadoras sometidas a una moderna esclavitud por las cuales hoy quiero reivindicar.
Reivindicar. Qué preciosa palabra.
Tienes el poder de reivindicar algo que nadie, jamás, podrá quitarte: la irreductibilidad del espíritu humano, porque hay una grandeza en ti que pareciera que has olvidado, y que se oculta tras tus amargas emociones hacia tu situación. La solución no está afuera, no en los demás, ni siquiera en el Ayuntamiento: está adentro.
Está en ti.
La filosofía del Ubuntu guió mucho a Nelson Mandela en su lucha interna, y quiero contarte de ello este día: la esclavitud es un estado mental, pues uno es esclavo del otro en tanto que lo reconoce como su amo, y en el momento en el que ya no reconozca en él una autoridad deja de serlo. Sí: aunque te griten, aunque te echen a la calle, aunque te metan en la cárcel por divergente, aunque te maten… Pero el sometimiento, el reconocimiento del otro como un superior, es solo una opción, una aceptación social que no tienes por qué seguir; esa es la irreductibilidad del espíritu humano.
En tu mano está quitarte las cadenas que tú misma te has estado poniendo. En tu mano está la elección de, por un lado, aceptar las cosas tal cuál son, sin juicios ni emociones conflictivas que te lleven a lo más profundo y oscuro de tu alma, o la de, por otro lado, reivindicar que no es justa la situación del aparado ilegal, industrial y esclavista de hoy día en este pueblo, sin olvidar que eres tú, tú y todas esas mujeres que han dedicado su vida a esto, y que han envejecido dedicándose a esto, a cambio de nada, quienes coséis.
Quizá un grito de reivindicación en algún taller haga resonar la conciencia colectiva y algo cambie de una vez, quizá así se vuelva a reír en los talleres.
Cansada de ese deslucido taller sórdido al que toca volver a coser, mi querida cosedora del cordobán, mi apreciada aparadora del alma.
Los ojos de los ancestros de Monóvar están en ti, ahora y siempre, observando tu coser mecanizado, tu mirada macilenta pegada a la máquina, tu desasosiego frente al sometimiento de este sector esclavista consentido, ilícito y normalizado por el inconsciente colectivo de este pueblo. Esos ancestros están contigo entre el traqueteo de las máquinas y el golpeteo de los martillos, y sonríen cuando tú sonríes, y se llenan de felicidad cuando te apasionas por tu trabajo. Pero hace tiempo que no sonríen ni se emocionan ni conectan contigo ni sienten paz. Hace tiempo que lloran, ensombrecidos por las conflictivas emociones que hay en ti. “¿Por qué aguantas esto?” Se preguntan entre sollozos sin comprender, embotados, quizás, por los perniciosos gases de la cola emanando por doquier; ¿Por qué?
Tu inconsciente poderoso es capaz de comprender más allá del entendimiento humano, y sabe, porque lo sabe, que 40 pesetas por cada par (sí, pesetas) no es estipendio digno, ni representativo del valor de tu tiempo, de tus mágicas manos que se deslucen por el tiempo a cambio de nada, un nada cada vez más espeso y patente que viaja con el paso de los años convirtiéndose en frustración.
¿Y para qué?
No seré yo quien juzgue a tu jefe, querida mía, pues no hay culpables para esto, ni tampoco al sistema de trabajo capitalista ni a la Democracia Liberal ni a la Libertad de Mercado, pero si existe un solo taller de aparado ilegal en Monóvar, o en cualquier otro sitio, que se lucra de tus necesidades sin tener que pagar, como otros comerciantes, los debidos impuestos y tributos al Ayuntamiento, y si todos esos ingresos son beneficios íntegros a costa de pagarte tan poco, librándose de imposiciones de seguridad laboral, Sanidad, Hacienda, licencias; y si las ventas son relativamente constantes según qué temporadas, y si este jefe tiene unas ganancias relativamente estables teniendo en cuenta la deflación, entonces la variable que controla el precio de tu sueldo, en una escala nominal, eres tú, sólo tú, porque sólo tú tienes el poder de decidir si coser, o no coser; tú y todas esas aparadoras sometidas a una moderna esclavitud por las cuales hoy quiero reivindicar.
Reivindicar. Qué preciosa palabra.
Tienes el poder de reivindicar algo que nadie, jamás, podrá quitarte: la irreductibilidad del espíritu humano, porque hay una grandeza en ti que pareciera que has olvidado, y que se oculta tras tus amargas emociones hacia tu situación. La solución no está afuera, no en los demás, ni siquiera en el Ayuntamiento: está adentro.
Está en ti.
La filosofía del Ubuntu guió mucho a Nelson Mandela en su lucha interna, y quiero contarte de ello este día: la esclavitud es un estado mental, pues uno es esclavo del otro en tanto que lo reconoce como su amo, y en el momento en el que ya no reconozca en él una autoridad deja de serlo. Sí: aunque te griten, aunque te echen a la calle, aunque te metan en la cárcel por divergente, aunque te maten… Pero el sometimiento, el reconocimiento del otro como un superior, es solo una opción, una aceptación social que no tienes por qué seguir; esa es la irreductibilidad del espíritu humano.
En tu mano está quitarte las cadenas que tú misma te has estado poniendo. En tu mano está la elección de, por un lado, aceptar las cosas tal cuál son, sin juicios ni emociones conflictivas que te lleven a lo más profundo y oscuro de tu alma, o la de, por otro lado, reivindicar que no es justa la situación del aparado ilegal, industrial y esclavista de hoy día en este pueblo, sin olvidar que eres tú, tú y todas esas mujeres que han dedicado su vida a esto, y que han envejecido dedicándose a esto, a cambio de nada, quienes coséis.
Quizá un grito de reivindicación en algún taller haga resonar la conciencia colectiva y algo cambie de una vez, quizá así se vuelva a reír en los talleres.
A mi madre, la irreductible.
Buenas noches David, hace mucho tiempo que no sé de ti ni me pongo en contacto contigo, he estado un poco apartada del mundo pero he vuelto, recordando tus letras y queriendo de nuevo sentir con ellas por eso me paso por tu blog para disfrutar de tus palabras y dejarme llevar por ellas. Antes era pasionesenlassombras ahora solo soy yo. Un beso y espero que sigas haciéndonos vibrar con tus preciosas palabras, unas palabras cargadas de sentimiento.
Muchas gracias por tus palabras; a veces ocurre que el tiempo pasa tremendamente deprisa, y otras que pasa más lento, por lo tanto nunca dejaste el mundillo porque eso siwmpre se lleva en lo más profundo. Un abrazo y me alegro de que continúes con las mismas ganas.