Si con nuestros impuestos se gasta Europa miles de millones de euros en expulsar a seres humanos refugiados de una guerra que no eligieron, si con nuestros tributos se gasta el Estado decenas de millones en gasto militar para defender nuestra nación en Afganistán, en Mali, en Sierra Leona o en Irak, si con nuestro dinero se rescatan bancos, se reprimen manifestaciones, se pagan privilegios, desmanes, puteríos y sotanas, si con nuestros impuestos se paga una educación preproductiva, en manos editoriales, de doctrinaria ideología capitalista competitiva consumista, si con mi dinero se paga una sanidad biologicista biomédica psiquiátrica donde se relame un corporativismo farmacéutico inhumano, si con nuestros impuestos se construyen y construyen con ladrillos pareidolias que no existen ni utilizamos ni pedimos ni necesitamos los de abajo, si nuestros impuestos se pierden entre parlamentos, sobres, diputaciones, sobresueldos y pagas vitalicias mientras nosotros luchamos por una mísera paga doble para unas exíguas vacaciones, entonces, parafraseando a David Thoreau, ¿para qué pagamos impuestos? Ni el más imaginativo de los narradores podría imaginarse algo peor a esto, con nuestro dinero en manos de nuestro paternalista Estado; ni el más fantasioso podría imaginar que fuera peor una autogestión de los recursos en manos de la propia gente que los genera.
¿Acaso podría ser peor?
¿Por qué impuestos en manos de representantes, entonces? Porque si no pagas viene la policía alentada por el juez que está alentado por el legislador y sus leyes y su doctrina y su razón; legislador, juez y policía pagados por impuestos nuestros, reprimidos, entonces, por nosotros mismos con ganas de jodernos antes de ir a dormir, a soñar; soñar que no hace falta más Europa que la luna de Júpiter ni más Estado que el Individuo en colectividad ni más provincia que la Igualdad social mundial.
Soñar.
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