La Verdad, aun creyéndola tener asida desde el nacimiento, es algo separado de toda subjetividad. La Verdad, aséptica y ausente, como Dios, tiene la primorosa habilidad de camuflarse tras un velo opaco, un velo que se ha ramificado en infinitos jirones de bruma abstracta y gris. Y cada jirón, cada extremo del manto de neblina no es sino una rendija por la que se llega a vislumbrar una concreta percepción individual, una opinión, un punto de vista insignificante en el imponente mundo de lo real. Entonces, con tantas opiniones dispares, tantas percepciones controvertidas, tantos puntos de vista ajenos unos de otros que esgrimen su verdad como la única Verdad con densos argumentos de autoridad, ¿dónde se esconde la autentica Verdad? ¿Existe? ¿Qué es lo real?: ¿el materialismo?, ¿el idealismo?, ¿el existencialismo, quizás?
¿Y qué es aquello que tanto venden, desde ese punto de vista, que llaman “el éxito”? Nadie lo explica y tampoco ninguno llegamos a entender qué es el éxito, pero muchos lo buscamos desesperadamente. ¿Pero qué es?, ¿qué podría ser para cada uno de nosotros?
¿Es real lo que nos va calando en el inconsciente, aquello que el más fuerte, —por ser una ley de la naturaleza —, el capitalismo, nos ha inculcado a través de los medios de comunicación, de la presión social, de la educación? ¿Son nuestros sueños, nuestros ideales de éxito, exclusivamente nuestros, o son inculcados por aquello que llamaba Heidegger “la existencia inauténtica”?. ¿Es el éxito ganar mucho dinero, tener un flamante coche, una casa domótica, una vida acomodada en la opulencia lo más visiblemente posible, un viaje excepcional en agosto a Punta Cana, una televisión de plasma, una ducha de hidromasaje, un ordenador de Mac, una mujer con rollizas dotes, un saber que yo tengo y puedo más que otro, un mirar por encima del hombro, un sentirme separado de los demás por el valor de la competencia y el miedo intentando compensarse, un delirante egoísmo sádico de la inacción e indiferencia ante el sufrimiento del vecino, un sentimiento de crítica hacia el prójimo, de subvaloración y engreimiento arrogante hacia el reflejo y proyección de nosotros mismos en los demás?
¿Es eso el éxito?
Eso me pregunto mientras veo a un hombre tirado en la calle. Solo, sucio, triste. Excluido de la sociedad.
El éxito, me digo, para mí, es poder ver a alguien sin el velo de alguna dudosa verdad, mirarlo a los ojos cuando muy pocos le prestan atención por no tener “éxito” en la vida, por no ser nadie, y reconocer en él las limitaciones, la grandeza, las imperfecciones, la dignidad y la experiencia de eso que tiene de humano, de sabio, de criatura de la tierra con la gracia de poder vivir en ella y de experimentar la libertad de conciencia y de ser, eso que nos hace a ambos humanos.
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