Hoy he visto a dos chiquillos vecinos míos en la puerta de mi casa al salir. Jugaban. Reían. Una botella grande, aparentemente vacía, tenían entre las manos. “Mira, David, lo que tenemos —me ha dicho uno de ellos sonriente esperando una reacción condescendiente por mi parte —”¡es una abeja” —ha dicho el otro, emocionado. “¿Y qué vais a hacer con ella?” —le he preguntado al más interesado en mi aceptación; la gradación de mi voz, quizás, de alguna manera, parece haberle influido. “Matarla” —ha soltado el otro bajando un tono, como si fuese una obviedad. “¿Pero no es un ser vivo de la Naturaleza igual que nosotros? —le he inducido a pensar —”¿Se merece vivir como nosotros, no?” El que sostenía la botella se me ha quedado mirando, confuso, ensimismado. El otro no. Ha sido un instante mágico el que he visto en sus ojos, fugaz, cósmico, eterno, en el que sin saberlo ni comprenderlo del todo, el chico ha sentido el esfuerzo ingente que ha hecho la Naturaleza durante milenios de evolución filogenética para acabar conformando a un ser vivo como el que ahora dependía de su magnanimidad. Entonces ha abierto el tapón de la botella y la abeja ha salido volando ante la estupefacción del otro.
En ellos, los niños, está el futuro de la Tierra.
Respetar a la Naturaleza es respetar la perfección cambiante y danzante de la vida biológica entre tejidos, ganglios, sinapsis y neuronas, es respetar flores y plantas y árboles por donde respira nuestra tierra, es respetar lo contenido en ella pues en ella nacemos, vivimos y morimos y en naturaleza material y etérea nos acabamos convirtiendo.
Respetar a la Naturaleza es respetarte a ti mismo, en definitiva, no entendido como un dogma externo que predomine por encima de cualquier cosa y a costa de cualquier cosa, no como una imposición desde arriba o desde abajo que haya que cumplir por legales o morales motivos, no como una ideología de orden jerarquizado que exija sacrificio por parte de nadie, sino como una elección personal, una forma de vivir individual y también social, que surje de lo más profundo del ser.
El futuro está en los niños. Eso he pensado esta mañana, viéndolos jugar.
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