El derecho de las hadas

    ¿Dónde están las hadas y los duendes?
    Muertos.
    ¿Dónde están los silfos y los gnomos?
    Muertos.
    ¿Dónde están ojancos, brujos y serpientes?, ¿dónde están los sueños y la magia?
    Muertos. Muertos. Muertos.
    ¿Por qué me quitas mi tesoro?, ¿es la vida lo que dices, la Tierra máquina, la industrialización en aras del progreso, el control de los recursos a cualquier precio?
    Te he entregado mi vida, mi fuerza física, mi forma de vivir, mi manera de pensar, mi forma de actuar. No me quites lo más valioso, por favor, no me quites mi imaginación.
    Me diste una identidad, una nacionalidad, un estatus social, una bandera; trajiste a esta tierra el oro y la plata manchados de sangre, me trajiste el café y el tabaco desde los campos de esclavos, el caucho con la destrucción del Amazonas, el coltán desde el África maltratado para este móvil que tengo entre mis manos, el aceite de palma, los diamantes, el marfil, el petróleo… pero no me dijiste de dónde los sacaste ni de qué manera ni a qué precio, a qué coste, sociedad discorde. Ahora pretendes controlar mi subjetividad.
    No, por favor. No me vendas imágenes salvajes en la televisión ni me pidas que llene mi corazón de odio: yo solo veo niños que mueren asesinados ya sea por yihadismo o por capitalismo con la misma atrocidad, en Oriente y en Occidente, y con ellos veo morir los sueños y la magia, y los silfos y los gnomos y la fantasía y la ilusión.
     ¿Dónde están ahora las hadas y los duendes?
     Te diré un secreto, muy bajito para que nadie lo oiga. No se lo cuentes a nadie: Hay quienes sabemos que aún vive ese mundo de la fantasía, ese espacio libre, místico y mítico de lo no demostrable ni computable por la ciencia ni la razón, un mundo destronado por la religión y luego falseado por la ciencia que persiste aún en el plano de la imaginación. Sí, existe.
     Hay quienes aún creemos en los espíritus del bosque y de la naturaleza.
     Están en la consciencia colectiva, están en la literatura fantástica, en los cuentos infantiles, en la pintura, en la música y hasta bailan por entre los números de la aritmética; están en nuestras emociones y en nuestros sentimientos, en la poesía y en la sonrisa de los niños y en sus cantares. Están en nuestros corazones y a través de ellos podemos ver las cosas de otra manera, podemos vislumbrar cosas maravillosas del mundo sin el tiznar del negro del Odio que ahora nos vendes de una manera tendenciosa, sociedad disonante, maestra de la superchería. Existen, te digo, en nuestros corazones, y son la fuerza que nos impulsa a creer que el mundo está lleno de experiencias por vivir para alcanzar un mayor estado de conciencia personal, y que sí es posible una paz para este agujero negro que se alimenta de sueños, que es la guerra: podría darse con un cambio sistémico que no someta a los pueblos empujándolos a la terrible ira narcisista, se podría, acabando con el secuestro de la «egalité», la «fraternité» y la «liberté» por los países industrialmente desarrollados, espiritualmente decadentes. Igualdad universal, fraternidad para todos, libertad para la autodeterminación de los pueblos. Para todos los pueblos por igual.
    No quiero políticos ni dirigentes que me lleven a una guerra. Otra vez no. No quiero comerciales que me vendan ideologías por las que matar o morir, no quiero basura ideológica que me diga a quién tengo o a quién no tengo que odiar, que me diga quiénes son los buenos y los malos, quiénes los justos y los injustos, quiénes los libertadores y los opresores, quiénes los civilizadores y los bárbaros. No quiero que me enseñen el efecto sin buscar antes la causa. No quiero jugar al juego de la propaganda de guerra, no. Basta ya.
    Hoy quiero reivindicar lo que un día expuso Tolkien en una conferencia en 1939 que llamó «Sobre los cuentos de hadas»: él habló de la posibilidad de vivir más allá del oprobio físico inmediato en el que se vive para experimentar la libertad de la imaginación, eso que nace en los niños. Ellos son la base del cambio y del movimiento, de lo mutable del espíritu colectivo que entiende los nuevos tiempos con su imaginación. Ellos son el futuro. Nuestro futuro.
    Que alguien salve a los niños de la venganza de uno y otro bando.
    Que alguien salve la magia que habita en sus corazones.
    No a la guerra.
    ¡No a la guerra!
   
    
    

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