No es casualidad que esta semana haya escuchado en tres ocasiones la misma frase desde la voz de personas diferentes: «… y es que a ellos les comen la cabeza» refiriéndose a unos y otros conflictos de aquí y de allá, como un efecto que parte siempre de fuera para adentro, pero expulsado como una crítica a los demás autoatribuyéndose así la inmunidad a las influencias externas. «Es cierto —les dije al oír esto, y ellos asintieron a su vez —. ¿Y a nosotros?» —les pregunté a las personas diferentes en diferentes contextos. Negación y asombro, haciendo caer sus cejas como guillotinas como respuesta común — «Nuestra comida de cabeza, quizás, por teorizar, es la competencia salvaje a codazos instaurada en nuestra mente desde la escuela, ¿no?, quizás la producción como objetivo de vida, la obediencia civil hayan o no injusticias mediante castigos de penas, el consumo impostado no solo de lo que podamos comprar si no de lo que por definición no podemos comprar y debamos entonces endeudarnos para engrandecimiento del poder financiero. Sí, comida de cabeza sobre todo en el consumo como algo que, parece ser, engrandece al país, dicen, a nosotros no, metiéndonos de lleno en una vida superficial que nos lleva de casa al trabajo y del trabajo a casa, y en el medio, quizás, esté el consumo para llenar una vida cada vez más vacía de contenido, impregnada de injusticia social. Lo importante es el trabajo, nos dicen, y nos dejamos la piel en él. Control. Control social e ideológico a través de los medios de comunicación, quizás. Consumismo, mercantilización, capitalismo, genocidios en África y en Asia. Represión. Control mental en un sistema, que por sus propias contradicciones, nos lleva a no tener casa y a no tener trabajo para poder ir de casa al trabajo y del trabajo a casa. Comidas de cabeza —les dije —aquí y allá. Comidas de cabeza, ¿comprendes?»
“Un hombre es lo que hace con lo que hicieron de él”. Jean Paul Sartre.
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