Artículo Ciencia y Móviles

Artículo en revista AEM: Ciencia y Móviles

   Cuando camino por la calle puedo observar tristemente muchos niños, adolescentes y adultos adictos a los dispositivos móviles, mirando el mundo a través de ellos, viviendo el mundo a través de ellos, interactuando a medias con la vida real: los puedo ver grabando en vez de sentir, viendo jugar en vez de jugar, creyendo aprender en videos de segundos lo que cuesta años entender y estudiar.
   Pobres ojos cansados del adulto que pasa horas mirando casi sin parpadear, ajeno a lo que le rodea, pero más problemas presentan los cerebros en desarrollo de los niños que sufren la liberación de dopamina durante horas, y la tolerancia a una droga que les hace necesitar mucha activación visual para despertar su atención.
   Atención.
   Tantas horas hipnotizados, zombificados delante de un hechizo, con el cuerpo quieto como encadenado a la cueva de Platón, y mientras tanto el mundo real va danzando afuera, esperando a los niños y su risueña vivacidad. Y luego salen disparados a compensar con hiperactividad la falta de actividad, la total inactivación muscular pegados a la pantalla. Porque eso hace el móvil: apagar a los niños.
   Cuánta frustración genera, entiéndanlo, cuánta alteración emocional dispara cuando la droga es sustraída de súbito.
   Hay sobrada evidencia empírica de cuántos problemas cognitivos genera (Desmurguet, 2012), entre ellos problemas del rendimiento académico, del sueño, emocionales, atencionales en la infancia (Swing, 2010), atencionales en la adolescencia (Landhuis, 2007), del lenguaje (Zimmerman y cols, 2007, Chonchaiya, 2008), del aprendizaje, de problemas del desarrollo evidenciados en estudios longitudinales (Tomopoulos, 2010), de la percepción (Winterstein, 2017) y problemas psicomotrices, cada cuál con unos resultados más aterradores que los anteriores respecto a la relación entre problemas psicológicos y abuso de dispositivos electrónicos en la infancia. Sin contar con otros problemas médicos tales como el sobrepeso, la obesidad o la miopía.
   ¿Cuántos estudios científicos más hacen falta para enseñar a la sociedad que el abuso del móvil es nocivo para el cerebro en desarrollo de los niños?
   ¿Qué es simple uso y qué es sobreexposición o abuso?, se preguntarán al leer esto.
   Abuso es cualquier exposición en menores de dos años, más de una hora en niños de dos a cinco años, y más de dos horas en niños mayores, del sumatorio de todas las pantallas, tanto móviles como tabletas, televisión o cualquier otra forma de almacenamiento digital.
   Sorpresa.
   En exceder dichos límites recomendados por la Asociación Americana de Pediatría reside la correlación con los efectos encontrados en estos estudios, tales como un menor número de palabras espontáneas a los dos años (17 puntos menos por cada hora al día de pantallas en el Inventario de Desarrollo Comunicativo de MacArthur, mientras que leer una hora al día aumentaba 7 puntos), una pérdida de detalle en la copia de dibujos y pobreza en la ejecución, seis veces más probabilidad de padecer trastornos del lenguaje, dificultades de coordinación bimanual en la infancia, dificultades para mantener la concentración en la adolescencia, etc.
   Encontrar este abuso de pantallas móviles en las casas es más la norma que la excepción hoy día, como todos podremos observar a poco que saquemos cuentas, y esto no ha hecho sino empeorar exponencialmente el panorama de sobreexposición que ya ofrecían la televisión y los videojuegos desde generaciones atrás.
   Hasta hace relativamente poco no existía la evidencia científica suficiente que respaldase de manera contundente el impacto para la salud mental de niños y adolescentes.
   Ahora ya la hay.
   Algunos estudios apuntan a los beneficios que aportan cuando el contenido es educativo, pero ese beneficio no es superior a la experimentación directa o al que ofrecen otros materiales educativos, luego pueden ganar poco, y perder mucho.
   Es un problema de Salud Pública, como se puede deducir de estos resultados.
   Apartar el móvil de los niños más pequeños es un deber; cuanto más tarde empiecen, mejor. Controlar el uso en los mayores es un gran acierto; cuanto menos tiempo pasen, mejor.
   Es tu responsabilidad. La de todos.

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