
—Doctor, tengo ansiedad —dice la señora X.
—Aquí tiene sus ansiolíticos —responde el doctor Y.
Y desde alguna oficina de la sanidad pública alguien escribe mecánicamente “coste del tratamiento: 1,90€ al mes. Viable”.
—Doctora, tengo depresión —dice el señor W.
—Aquí tiene sus antidepresivos —responde la doctora Z.
“Coste para las arcas del Estado —escribe el tesorero escribano —, 5€ al mes. Viable”.
—¿Y el psicólogo?
—Aquí tiene la cita. Acuérdese: es para mayo.
—Si estamos en junio, doctor.
—Del año que viene, señor.
—¿Y eso por qué?
“Coste de la terapia psicológica, una sesión por semana: 240€ al mes. Inviable”.
Y así, el sistema se mantiene.
Acudes al médico con síntomas de ansiedad o depresión y el médico te los calma con psicofármacos, los cuales —sin la pretensión de cuestionar su eficacia —, cumplen con su función. Porque funcionan.
¿Y qué es mejor? ¿Terapia psicológica o farmacológica?
Según la evidencia, tanto una opción como la otra son eficaces para el tratamiento de la ansiedad y la depresión, pero no son igualmente eficientes para las arcas públicas.
—¿Eficaces, señor?
—Que funcionan.
—¿Eficientes?
—Que además de funcionar tienen en cuenta los costes.
El sistema funciona, pues. O casi.
Funciona porque las pastillas alivian la ansiedad y la depresión, altamente prevalentes en la sociedad, y son baratas de producir y de costear, y la terapia psicológica no.
El sistema te ofrece como solución, por tanto, lo que puede ofrecer y mantener (5€ frente a 240€ al mes para cada paciente), como una forma de poner un parche que resulte económico a un problema psicológico que no desaparece con las pastillas, en realidad, sino que alivia los síntomas mientras estas circulen por el torrente sanguíneo. Porque cuando dejas de tomar pastillas, con su eficacia y todo, el alivio desaparece; se esfuma igual que vino. No ocurre igual con la terapia psicológica, que alivia con un poco más de eficacia los síntomas, con una diferencia sustancial: que los beneficios se mantienen una vez finalizada la intervención —sin necesidad de hablar de los efectos secundarios de los psicofármacos —. Y esto es así porque, desde la psicología, la terapia se basa en que el cliente asimile una serie de herramientas psicológicas que le ayuden a comprender y controlar su problema, además de ayudarle a gestionar la futura aparición de síntomas, haciendo frente con ellas, por ejemplo, a la preocupación de la ansiedad o a las rumiaciones y pensamientos negativos de la depresión, al miedo irracional a los síntomas físicos de los ataques de pánico, o a la evitación de situaciones que llevan a reforzar los síntomas, etc.
—Pues deme de eso, doctor.
—Para mayo del año que viene, señor.
—¿Por qué?
—Porque hay un psicólogo por cada 20.000 habitantes y cada vez un porcentaje de ansiedad y depresión mayor. Por eso.
Así que, como la sanidad pública no está tan evolucionada en materia de atención psicológica, te toca costearte a ti la terapia en una consulta privada, si puedes, o asumir el parche farmacológico que te ofrece la pública y vivir con ello de la manera que menos pese.
Y así, el sistema medio funciona.