A mi hija, sobre los cuentos de hadas

   Mi niña pequeña, cuando un día tu avidez por la magia despierte en las horas para ir a dormir, te mostraré esperanzado la luz de las criaturas del bosque que surgirán de nuestra imaginación para el esplendor de su mundo: y las hadas cobrarán vida en tus ojos, y los gnomos y los elfos y los duentes y las ninfas, las selkies, los silfos y los druidas vendrán a vernos en nuestros relatos que nos mostrarán la libertad y la irracionalidad del espíritu humano como parte fundamental de la conciencia y la imaginación. Iremos de la mano, juntos, al Romanticismo en la literatura, y nos quedaremos a vivir en él durante un tiempo largo; y conoceremos a Christian Andersen y su “Nuevo traje del emperador” y su “Sirenita” y su “Patito feo”, a Yeats y sus bosques míticos, a los hermanos Grimm y Perrault y sus cuentos de hadas, a Edgar Allan Poe y su magia negra, a Lord Byron y su espíritu dionisíaco y sus dioses griegos como parte integrante del alma humana. Y te mostraré el mundo fantástico creado por tu padre como un subcreador de un mundo mágico, que espera ansioso conocerte y hacerte formar parte de sus reinos encantados y sus vicisitudes girando en torno al motor de lo humano: el amor.
   Hasta que un día, más adelante, cuando los años pasen y pasen y la ilusión por los reinos mitológicos llegue a un primer ocaso, nos toque despertar.
   Entonces te contaré otro cuento diferente. Te contaré del mundo que llaman real, el mundo para los adultos de nuestro tiempo, vacío de contenido y de valores humanistas escaso: el mundo donde vivimos en la vida cotidiana; ese mundo donde la magia y el sentimiento de lo profundo y lo libertario fue sustituido por lo práctico y lo rentable, por la mercancía y los negocios; donde la máquina y la industria demostró, al final, que no llegó como parecía a liberarnos sino a esclavizarnos en un sistema complejo del que no se puede escapar sino por el sometimiento al trabajo en un mundo con los recursos mercantilizados, repartidos y controlados por unos pocos, que ya no son los villanos de un cuento, sino los adalides orgullosos y esforzados, beneficiados, de un sistema injusto dado. Entonces, cuando el desánimo y la decepción por una realidad para adultos productivos llegue, volverás tu mirada atrás y comprenderás que Mary Shelley y los románticos tenían razón, pues la máquina Frankenstein no se pudo controlar, que la vida real se ha convertido en una fábrica de gente productiva que fabrica productos que compra y tira y vuelve a producir y comprar, que es excluyente, superficial y cruel y en ella nos toca vivir.
   Sin embargo espero que no olvides nunca la magia, Sherezade, porque yo estaré ahí para recordarte que un día fuimos libres en los bosques encantados de la imaginación, allá donde nadie podrá nunca alcanzarnos. Quizá ello te haga fuerte y capaz para afrontar desde la plenitud del alma en la infancia el vacío de la sociedad adulta de consumo que con consumismo se intenta, en vano, saciar.
   Tengo tantas cosas que contarte… Ahora duerme, mi niña, yo estaré aquí cuando despiertes. Cuidándote.

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