Después de abandonar las redes sociales durante seis meses he reflexionado un poco sobre ellas. Respecto de la tecnología en general reconozco que el renunciar a la versatilidad que otorga el llevar un dispositivo inteligente siempre encima me causó varios inconvenientes desde el principio, tanto a nivel personal como profesional, dado que cambié mi móvil por uno sin acceso a internet. Lo cierto es que muchas aplicaciones son realmente prácticas en la vida cotidiana y a ellas nos hemos acostumbrado, acabando por incorporarlas dentro de nuestro repertorio de conductas habitual para solucionar todo tipo de problemas. Pronto me di cuenta de esto, así que volví a utilizar el smartphone, relegando el experimento únicamente a las redes sociales. Y después de este tiempo tengo claro que es aquí donde verdaderamente es interesante una desconexión. Todos conocemos la utilidad que en un mundo hiperconectado tienen las redes sociales, pero más allá de las utilidades obvias no está de más destacar lo que tienen de perjudicial. Es evidente que han evolucionado mucho desde los primeros intentos de interconexión, donde hablábamos y empezábamos a compartir en la distancia experiencias con unos cuantos amigos y conocidos.
Estas compañías se han esforzado mucho en intentar captar la atención el máximo tiempo posible de cada individuo, adaptándose velozmente a los gustos particulares y proporcionando en vivo un contenido personalizado, y con ello hemos pasado de ver cuatro fotos de familiares y amigos a pasar horas claramente delimitadas en pequeños espacios de uno o varios minutos, viendo vídeos de personas que no conocemos haciendo cosas que un algoritmo ha decidido que nos gusta por las ventanas de tiempo que dedicamos a cada tema.
Hay una diferencia entre la búsqueda activa de información que hacemos en internet, cuando algo nos interesa, y la información pasiva que recibimos en las redes sociales, porque recibir información de forma pasiva captura la atención hasta el punto de perder la noción del tiempo. Es el efecto que siempre ha tenido la televisión, que nos altera el patrón de activación neural desde la actividad propia de la vigilia hasta el nivel de una fase uno del sueño (aumenta las ondas alpha mientras bajan las ondas beta al ver la televisión, evidenciado en un estudio de un psicólogo llamado Krugman), con el añadido de que no hay pausas involuntarias y que la información está seleccionada para tus propios gustos. Pasamos, así, buena parte del día viendo imágenes y vídeos cortos sin parar, summum de la captura de la atención humana, con un patrón de conducta, que solo por analogía, podemos comparar con la conducta adictiva.
¿Cuánto tiempo perdemos en las redes sociales? ¿A qué le quitamos ese tiempo?
Cuando desconecté completamente seguía teniendo la sensación de tener siempre algo pendiente que revisar, como mirar una notificación de cualquier aplicación de mensajería instantánea o de cualquier red social. Cuando aparecían aquellos momentos muertos a los que por inercia había asociado a perderme en la pasividad de las redes sociales notaba la ausencia y la sensación de estar desconectado de algo grande e insondable, una sensación que por momentos se volvía angustiosa y placentera.
Y no es que la ausencia de un smartphone te haga más capaz, de pronto, de prestar más atención al presente y a la experiencia directa al más puro estilo del mindfulness. En absoluto. Pero sí es cierto que al no tener un espacio donde la mente pueda huir de sus pensamientos con el abotargamiento de un material frívolo, de pronto uno empieza a prestar, sobretodo, más atención a sus propios pensamientos.
En este tiempo he hecho muchas cosas que hacía tiempo que no hacía, y he descubierto otras que no conocía. He escrito mucho a mano y devorado novelas como antes, escuchado música, pintado retratos y paisajes, he reforzado habilidades antaño aprendidas y me he enseñado a hacer cosas nuevas; he hecho mucho deporte, estudiado de esto y de lo otro y pasado horas y hasta días jugando con mi mente a resolver adivinanzas. He viajado en estos meses, y he experimentado intensas emociones para el recuerdo pasando horas recorriendo la Historia en las pinturas del Prado, o bebiendo té en el Sahara al ritmo de tambores y danzas bereberes.
Ha sido una gran experiencia de alivio mental en la que me he acercado a mi yo de antes de la aparición de los móviles táctiles. En estos meses me he hecho más consciente de la psicología conductual que está detrás de esta industria, y de la que he aprendido —es posible —a desprenderme y limitar su influencia.
Internet puede ser la ambrosía de la mente libre, con la búsqueda activa de información, o la cárcel de la mente pasiva que se deja llevar hacia la conducta adictiva, sin quererlo, sin darse cuenta.
Creo que cuando uno le quita valor al teléfono móvil, que por generación es de las cosas materiales más valiosas, lo demás gana en interés, y todo brilla más y sabe mejor.
Pero esta es solo mi experiencia.
Carrito de compra